La sombra en la jaula

En el silencio forzado de un hogar temporal, dos pequeños compañeros comparten las cicatrices invisibles que les dejó la mano humana. Uno, arrebatado de una maleta oscura, el otro, fugitivo de una falsa jaula de confort. Ahora, en el Hogar de Paso del Dagma, comienzan un camino duro, pero juntos.

Un viaje oscuro

Su mundo se volvió un apretado, oscuro y constante vaivén. No recuerda una tierna caricia, solo el miedo y ese olor a encierro y gasolina. Era una encomienda. En una caja de cartón dentro de una maleta, era transportado en un bus intermunicipal, como si su vida fuera menos valiosa que un par de zapatos.

Fue encontrado en el barrio Los Alcázares, en Cali. Un mal llamado ‘humano’ lo convertiría en mercancía para el mismo cruel negocio que mató a sus madres con el fin de silenciarlas y negociarlos al mejor postor. Ahora siente que es un mono capuchino, y su lugar no es un equipaje, sino el dosel de los árboles.

Dos destinos rotos

Llegó al Hogar de Paso del Dagma. Lo instalaron en un espacio que, aunque provisional, era seguro. La semana pasada llegó el otro pequeño. Lo encontraron en el sur de Cali. Su historia es diferente, pero su dolor se parece al suyo. Era una mascota, un capricho que logró escapar de la casa de quien lo retenía.

Comparten la zona de cuarentena. Se hacen compañía. Ambos deberían estar con los de su especie, aprendiendo a ser monos. El coordinador del Dagma dice que los humanos no entienden que ellos son animales salvajes, no mascotas, y que tenerlos puede transmitirles la rabia o la hepatitis B.

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