Mi bicicleta y yo tenemos un pacto. Ella me lleva a donde necesito ir y yo la cuido. Es una relación casi perfecta, hasta que, como hoy, un pinchazo nos dejó a un lado del camino. El sol de la mañana se siente más fuerte, la impaciencia crece y la idea de caminar el resto del trayecto se vuelve una carga pesada.
No soy experto en mecánica y mi kit de reparación va de adorno. Estoy a punto de rendirme. Más adelante, una imagen me sorprende: dos personas con chalecos que los identifican como Bici-Doctores. El nombre me hace sonreír. Llevan una caja de herramientas, similar al instrumental de una sala de cirugía.

Diagnóstico y servicio
Sin que yo diga nada, uno de ellos se agacha para inspeccionar la llanta desinflada. «Justo a tiempo», dice mientras sonríe. Su misión es simple pero crucial: ofrecer mantenimiento gratuito a los ciclistas urbanos quienes, como yo, se topan con problemas técnicos en su rutina diaria.
Mientras intervenían mi caballito de acero, me contaron que estos quirófanos para bicicletas se ubican en puntos estratégicos de Cali: uno en la ciclovía de la Calle 9 y otro en la del Río Cali, justo al lado del puente de la Avenida 4 Norte. Además, se movilizan por distintos barrios para atender a la comunidad.

Comunidad en movimiento
No solo se dedican a arreglar pinchazos. También revisan frenos, ajustan cadenas, lubrican piñones y dan consejos para el cuidado de nuestras compañeras de dos ruedas. Son facilitadores de la movilidad sostenible. Su trabajo reconoce el papel vital que cumplimos los ciclistas en en la movilidad urbana.
Fui afortunado de encontrarlos, y mi bici parece agradecerme con el suave sonido de su cadena ajustada y el nuevo aire de su llanta. Antes de irme, me dieron una pequeña tarjeta con el lema: ¡Rodamos juntos por Cali! Y es cierto, en la soledad de una avería, me recordaron que ya no estamos solos en el camino.